25 de noviembre 2021

Día Internacional por la Eliminación

de la Violencia Machista

Asamblea Feminista Unitaria de Granada

Hablar de violencia contra las mujeres implica necesariamente recordar a las 37 mujeres (cifra oficial) que han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas desde que existen estas estadísticas, pero también hablar de la desigualdad estructural que nos condena a una existencia plagada de situaciones que nos violentan, que perpetúan la desigualdad que sufrimos. Y es que es imposible acabar con los feminicidios sin cuestionar todas y cada una de las desigualdades que azotan nuestras vidas.

La pandemia por la COVID 19 agudizó todavía más las brechas que agrietan nuestra sociedad. Brechas producidas por un sistema que se sostiene en la precariedad y la explotación de nuestros cuerpos y territorios. Durante los peores momentos fuimos testigos de las desigualdades brutales sobre las que funciona nuestro mundo y que se cebaron especialmente, como en todos los momentos de crisis, con las personas más vulnerabilizadas de esta sociedad, como somos las mujeres, las disidencias de género y las personas migrantes.  

Ahora parece que la pandemia ha pasado a un segundo plano, pero la crisis socioeconómica persiste, más allá de la “cura” para un virus que es consecuencia de un daño medioambiental irreparable; del enriquecimiento de unos pocos a costa de la salud del resto, y de la inyección de flujos de capitales y “ayudas” que no hacen sino maquillar el rostro del hambre y de la pobreza con las que convivimos de manera cotidiana.

A día de hoy, aquí y ahora, trás el espejismo de las masas de turistas y estudiantes que vuelven a la ciudad (como si el tiempo no hubiera pasado), las brechas se acentúan en distintas direcciones y profundidades, acompañadas por un discurso de odio y de miedo a las diferencias cada vez más descarado. Un discurso simplón que es necesario denunciar porque está impregnando barrios, movimientos e instituciones.

En este contexto, un año más, salimos a las calles de Granada para luchar contra las violencias machistas a las que tenemos que hacer frente cada día y que se producen en todos los ámbitos de nuestras vidas. En el año 2021, 37 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, (ascendiendo a cerca de 70 los feminicidios, si consideramos también los asesinatos de mujeres que se produjeron en otros contextos), 1601 han sido violadas (25% más que el año anterior), y las denuncias por violencia de género han aumentado en un 18%. Cifras que por sí mismas simplifican y convierten en estadísticas una realidad durísima y compleja, que esconde múltiples dimensiones de la violencia heteropatriarcal que siguen siendo invisibilizadas. 

En efecto, más allá de estas cifras, otros tipos de violencia siguen perpetuándose. Como la violencia sexual, obstétrica, laboral, las dificultades en el acceso al aborto, el acoso sexual o la violencia institucional, que a través de artilugios como el falso Síndrome de Alienación Parental está haciendo que muchas madres sean perseguidas y castigadas por defender para sus hijxs una vida libre de violencias. En el contexto nacional e internacional actual, la ofensiva neofascista y el integrismo alimentan discursos de odio, contra el feminismo y contra las disidencias sexuales y de género, que están generando numerosos retrocesos en los derechos de las mujeres, como el derecho al aborto, así como agresiones homotransfóbicas.

Contra la respuesta punitiva

Históricamente las mujeres y otras identidades subalternas sólo somos consideradas como sujetos políticos cuando se nos designa como víctimas. La denuncia se convierte así en el único camino a seguir para ser sujetas dignas de protección, pero también nos obliga a comportarnos como “buenas» víctimas. La denuncia penal es un mecanismo que produce un efecto doble. Por un lado, se impone a las mujeres el modelo de la buena víctima (revictimización, moralización) y se excluye, invisibiliza o estigmatiza a quienes no encajan con la imagen de la buena víctima. Por otro, se oculta las raíces de la violencia machista y sus causas estructurales; pues la presenta como si estuviera hecha de casos individuales, fragmentados, anómalos, con responsables únicos. El agresor es representado como un “monstruo”, borrándose así las causas estructurales que generan los problemas sociales. Además, el recurso automático y acrítico al derecho penal y sancionador podría suponer la legitimación de la violencia institucional contra todas aquellas personas que aparecen como peligrosas e indeseables (lo estamos viendo en muchas partes del mundo).

Desear ser protegida de la violencia no significa desear que el agresor se pudra en la cárcel. Desear ser protegida puede significar, al contrario, desear tener redes (económicas, laborales, afectivas) de seguridad. Las mujeres no somos sólo cuerpos precarios y víctimas; formamos desde nuestra vulnerabilidad formas cotidianas de subsistencia y resistencia colectiva. Asimismo, es ineficaz seguir insistiendo en que las mujeres denuncien, responsabilizándolas de no escapar de las relaciones violentas, cuando al mismo tiempo las administraciones siguen siendo incapaces de garantizar unas mínimas condiciones de seguridad laboral, económica, social y vital para la mayoría. 

Por lo tanto, frente a la victimización de las mujeres y la individualización de las culpas, trabajemos por el compromiso colectivo de combatir las estructuras de opresión.

Mercado Laboral

La pandemia ha evidenciado las condiciones de extrema precariedad en las que las mujeres se emplean en el mercado laboral. Los sectores ocupados por mujeres, como el trabajo doméstico, la ayuda a domicilio, la atención en residencias y sociosanitaria o la limpieza, siguen siendo los que concentran los salarios más bajos y las mayores tasas de inestabilidad y precariedad laboral. Además, la degradación y privatización de los servicios públicos como la sanidad, la educación o la dependencia sigue profundizándose. Y esto tiene un efecto perverso sobre las vidas de las mujeres, como trabajadoras de dichos servicios que pierden derechos, y como cuidadoras, al tener que ocuparse del trabajo de cuidados de menores, personas enfermas y/o dependientes a las que no cuida la administración. Sin ir más lejos, en Granada estamos asistiendo en los últimos meses al intento del equipo de gobierno de la Universidad de privatizar por completo el servicio de limpieza, lo que sin duda supondrá la precarización total de un servicio que hasta el momento era uno de los pocos nichos de empleo estable para muchas mujeres de la ciudad. 

A las dificultades que se encuentran las mujeres para asegurar la propia supervivencia por medio del empleo, se suman unas facturas de la luz imposibles por la especulación descontrolada de las grandes empresas que controlan el mercado eléctrico y el encarecimiento de los alquileres que hacen prácticamente imposible el acceso a una vivienda digna. No poder acceder a los mínimos vitales también es violencia. 

Por ello, este 25 de noviembre, 

A LAS INSTITUCIONES LES EXIGIMOS:

– Derogar completamente las dos reformas laborales

– Derogar inmediatamente la Ley de extranjería

– Ratificar inmediatamente el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo

– Poner en marcha un servicio público de cuidados

-Derogar la ley mordaza y las partes de la ordenanza cívica de Granada que reprimen la protesta, los derechos de reunión y manifestación, el uso público de la calle, y que persiguen a las trabajadoras sexuales.

– Eliminar la prisión permanente revisable en el Código Penal

– Implementar con dotación suficiente las medidas del Plan Nacional de Violencia de Género, así como las medidas del Pacto de Estado.

– Desarrollar Planes nacionales y locales de sensibilización y prevención de la violencia machista. Que sean planes comunitarios e interseccionales, que interpelen especialmente al agresor y a la masculinidad tóxica como mandato social y que promuevan la capacidad de actuar de las mujeres y la autodefensa.

– Garantizar una educación sexual y afectiva en el sistema educativo

– Eliminar los contenidos y las prácticas machistas en colegios, institutos, universidades y lugares de trabajo.

– Garantizar derechos sexuales y reproductivos para todas

– Garantizar la libre expresión de género de todas 

– Garantizar la formación y selección del personal institucional en base a criterios de sensibilización y compromiso para erradicar la violencia contra las mujeres

­- Garantizar y promover que los espacios públicos, digitales, nocturnos y festivos sean seguros para las mujeres.

– Condicionar los fondos “Next Generation” que puedan recibir las empresas a que éstas lleven a cabo de manera efectiva prácticas de justicia feminista (discriminación, acoso, presencia equilibrada, adaptar las tomas de decisiones a las tareas de cuidado)

NOSOTRAS CONSTRUIMOS

-Tejidos de solidaridad entre mujeres diversas.

-Tejidos de escucha que acogen los relatos de verdad de las mujeres.

-Tejidos de compromiso en la lucha por liberar los espacios de las violencias machistas.

-Tejidos de rebeldías ante cualquier situación de injusticia contra lxs vulnerabilizadxs.

-Tejidos de apoyo mutuo para construir la supervivencia cotidiana.

-Tejidos que nos devuelven las voces de nuestras ancestras: madres, abuelas, tías, amigas, maestras, cuya memoria nos acompaña hoy.

-Tejidos múltiples para enfrentar lo urgente y construir utopías.

Frente a este recrudecimiento enmascarado de las violencias del heteropatriarcado, el racismo, y el capital, se hace necesario rescatar los aprendizajes que nos sostuvieron durante la pandemia. No nos quedemos en la retórica, construyamos y cuidemos los vínculos que son nuestra trinchera para resistir ante este nuevo embate neoliberal.

Es en nuestras comunidades, en los barrios, en el curro, en la uni, en la cola del super, en el centro de salud, entre vecinas y vecinos, entre amigas, en casa y en la calle, es en lo cotidiano dónde se dirime la lucha por la dignidad de todas las personas…y es desde ahí y desde la movilización social – como motor de cambio para conquistar políticas más justas e igualitarias – desde dónde podemos resistir y transformar la realidad que nos aplasta.

Por eso este 25 de noviembre salimos a la calle juntas una vez más, y las que hagan falta.

Frente a su odio, violencias y precariedad: feminismos, vínculos y solidaridad.

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